
La práctica de la ética apareció en todas las culturas, antes incluso que la ciencia propiamente dicha, como la disciplina del buen vivir y del buen hacer. Esta disciplina intenta responder a una pregunta radical y poco especulativa.
¿Cómo vivir de manera que nuestras acciones nos permitan alcanzar aquello que consideramos nuestros fines fundamentales, guardando una buena relación tanto con nuestra identidad individual y colectiva como con nuestras aspiraciones a futuro? No ha habido cultura que no haya elaborado cierto grado de especulación sobre el vínculo de medición que existe entre la forma de vivir y la consecución de los fines perseguidos por los grupos humanos. Esas formas de hacer las cosas, que la experiencia ha validado como adecuadas y correctas, teniendo en cuenta la historia y la realidad presente de cada grupo humano, conforman el cuerpo de las costumbres y de la ética de los pueblos.
Hoy día, evidentemente, la cuestión ética se enfrenta a las nuevas condiciones culturales que imperan. Concretamente, los paradigmas de la globalización, la posmodernidad, el relativismo cultural y el pluralismo religioso y filosófico salen al encuentro de la ética y ponen en cuestión sus pretensiones de ser el parámetro del comportamiento de una comunidad.
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